- No somos más que una envoltura de piel en torno al aire, con músculos tensos contra la mortalidad. Dormimos en un polvo de eternos reproches contra nosotros mismos. Llenos hasta la garganta de los nombres con que hemos bautizado a la desdicha. La vida: las praderas en que la vida recoge y rumia el alimento que nutre nuestra desesperación. La vida: el permiso de conocer la muerte. Hemos sido creados para que la tierra pueda tener conciencia de su sabor inhumano. Y el amor ha sido creado para que el cuerpo pueda ser tan querido que hasta la tierra misma pueda rugir de goce con él.
- Todos acarreamos con nosotros mismos la casa de la muerte, el esqueleto; pero al revés de la tortuga, nuestra seguridad está fuera, y nuestro peligro dentro.
- Esa inapreciable galaxia de informaciones erróneas llamada mente, uncida a ese estupendo y raído conglomerado de impulsos llamado alma, que anda al paso por el casi esfumado camino del Bien y el Mal, trazado al azar… es el sagrado Habeas Corpus, el modo en que el cuerpo es arrastrado ante el juez…
Djuna Barnes, El bosque de la noche, Monte Avíla Editores, Caracas, 1979 (traducción de Enrique Pezzoni).
La poesía planteada en estos "aforismos" me parece que permite vislumbrar en cierta forma, lo que define al psicoanálisis como práctica de la palabra. Al ubicarse en el terreno del síntoma el psicoanálisis se acerca a la poesía. Estos aforismos nos hablan de una verdad, una verdad donde todos podemos reconocernos, como humanos, pero cada quien desde su propia singularidad.
ResponderEliminarAlba